Joseph Conrad: El agente secreto

 


   No era fácil abordar el tema del anarquismo terrorista, tampoco darles voz a los anarquistas que desean romper el mundo y reconstruirlo mediante explosiones, así que Joseph Conrad optó por la vía de la caricatura, quizá para alejarse de lo contado y para no ser acusado de defender lo que los anarquistas terroristas de su novela defendían, y creo que eso perjudica gravemente la concepción y la comprensión de este libro. Es difícil tomárselo verdaderamente en serio, ya que los personajes no parecen tener vida propia, están vistos desde el humor distanciador y deformador que aplica Conrad sobre ellos como una especie de castigo y no acaban de arrancar y de ser autónomos, de despegarse de las palabras y del tono del narrador de tercera persona, que adolece de un exceso de cultismo que traslada equivocadamente en ocasiones a los parlamentos de los propios personajes hasta reducir la apuesta a un solo intento, un único cabeceo negativo y ridiculizador que aleja a esta obra de la maestría de otras del autor, como la incomensurable El corazón de las tinieblas
   Eso sí: en pocas ocasiones tendremos la oportunidad de leer un texto tan bien escrito, tan bien adjetivado, tan cuidado frase a frase. Conrad envía una lección en el tiempo para los aprendices de escritores y para los escritores profesionales que quieran oxigenarse, tomar fuerzas o, más humildemente, seguir aprendiendo. 
  El problema de este libro es que todo resulta encorsertado, demasiado de una pieza, difícil de creer, excesivamente deformador, y en su sustentación en un armazón teatral falla el hilado de las situaciones, demasiado rígido, con olor a algo antiguo -desvaído sobre todo en su parte final-, que acaba por convertir la novela en un intento inane.